5.10.10

del drama


Todavía recuerdo aquel lunes cuando entraste por la puerta agarrada de su mano. Con esa sonrisa estúpida de aquí no ha pasado nada. Habíamos estado el sábado anterior hasta las 3 de la mañana analizando toda la información que nos había dado el abogado al que te acompañé. Después de enterarte de su más que posible infidelidad, te habías venido arriba y por fin habías decidido dejarle y denunciarle por malos tratos y por muchas más cosas que te -nos- parecían tan graves.

Y ese domingo lo jodiste todo, tú sola. Apenas te hicieron falta dos horas y unas pocas lágrimas desteñidas a destiempo.

No se me olvida la cara de gilipollas que se me quedó -que se nos quedó- a todos los que te habíamos apoyado, animado, consolado. Tu familia incluida.

En ese preciso instante me prometí que jamás iba a volver a perder el tiempo con casos que, como el tuyo, alteran mi energía y mi equilibrio interior.

El supuesto monstruo te había llevado tantas veces al límite que nadie podía entenderos, pero tu resistencia era elástica. Una función senoidal de ahora sí - ahora no, y un sin fin de idioteces que tuve que oir día tras día, del tipo -no puedo más-, -lo vamos a intentar-, -yo sólo quiero algo normal-, -es tan difícil?-, -es que le quiero- y demás argumentos chumineros que necesitabas repetirnos a todos, para creértelos tú, y también, no parecer subnormal profunda.

Tengo que decirte, después de todos de estos años, y de saber, que sigues con él, que ahora tengo otra perspectiva, que me ha dado el tiempo.

Estaba muy equivocada, pues siempre pensé que tu eras la víctima. Así te ofrecí toda la ayuda que pude, me la pidieras o no. Pues sé lo que es enfrentarse a alguien que se siente superior a tí. Sea hombre o mujer. Lo hago cada día en entornos personales, laborales y demás. Y siempre empato.

Ahora veo claramente que él sólo era un enfermo.

Pero el monstruo eras tu.

Sabías muy bien lo que podía ofrecerte y el juego que te daban sus idas y venidas para tu adicción al drama, a la adrenalina, al control de la situación que tan desvalida te dejaba. No podías haber sido más feliz (a tu manera) si él hubiera sido bueno, normal, o si hubiese recuperado su salud mental. Y si alguna vez te hubiera abandonado, ya te hubieras encargado tu de haber encontrado otro igual. Tras un selectivo casting.

Lo dijimos todos años después: Al menos a él se le veía venir. Tu eras la traidora que se servía de la pena y la bondad de las personas para manejarnos a todos a tu antojo, para ser cada día la protagonista y la más todo: yo más, yo peor. Siempre.

Si alguna vez te arranqué una sonrisa, en seguida te sentiste incómoda y cambiaste el gesto con urgencia para recordarnos a todos que en realidad, estabas fatal. Como siempre.

La pobrecita.

Pues lo siento, porque estoy de los y las pobrecitas hasta los cojones. Me da igual hombre o mujer.

Si algo no te gusta o te hace daño, tienes dos opciones:

- lo mandas a tomar por culo
- ó dejas de lamentarte y de hacer perder el tiempo a los demás

De verdad, es muy sencillo.

Creo que jamás le he negado ayuda a alguien, siempre que no me estuviera tomando el pelo. Porque al final la gente se cansa, sabes?

Fin.

No hay comentarios: