10.3.06

al infinito...

Siempre me ha gustado el inglés porque el 90% de mis canciones están en ese idioma y me gusta entenderlas, y cantarlas sabiendo lo que dicen. (Siempre bajito)
Además que hay expresiones y palabras que directamente no existen en castellano, al margen de traducciones en “indio”. He ido a colegios bilingües, he dado matemáticas en inglés, naturales en inglés, he viajado a londres… pero de todas mis clases, creo que las que voy a recordar toda mi vida con más cariño son las del Instituto Lope de Vega, de la señorita Mercedes Pons.
Y espero que me disculpe por poner su nombre. Pero tenía que hablar de ella con todo detalle.
Si algo se puede hacer por un adolescente desde la enseñanza, es motivarle, y el sistema tradicional de Educación en España deja mucho que desear, pues de todos los profesores que he tenido, y han sido bastantes, sólo unos pocos han logrado que lo que estudiaba, llegara a interesarme. Y no se trata de perfección en el conocimiento, se trata de abrir la mente.
La Señorita Mercedes Pons debía tener unos 40 – 45 años cuando a mí me tocó en clase, había oído hablar de ella, pues se trataba (por lo que recuerdo) de una profesora un tanto peculiar, que por una grave enfermedad había dejado el Instituto por un tiempo, volviendo al cabo de algunos meses. Yo me enteré de su existencia al preguntar para qué habían atornillado unas “asas” de las que tienen el frente de los cajones, a las pizarras de casi todas las clases, y una compañera repetidora me explicó que eran los agarres de Mercedes, pues por su enfermedad tenía dificultades para tenerse en pié, motivo por el cual había exigido la instalación de tan curiosos puntos de apoyo en todo el Instituto. Yo siempre he sido una estudiante normal, del montoncillo tirando a buena, pero sobretodo discreta, siempre que he podido me he sentado al final de la clase, y nunca me ha gustado hablar, molestar ni hacer demasiadas preguntas.
Pero tengo una manía, le doy vueltas al boli.
Lo giro sobre los dedos corazón y pulgar de la mano derecha y le hago girar sobre el dedo índice, tengo tanta práctica que a veces logro que gire un par de veces hasta que lo vuelvo a coger, porque nunca, nunca se me cae. [Son muchos años de práctica]
Pues el primer día de clase de inglés, en mi tercer año de instituto donde tampoco tenía muchos amigos, por lo menos en mi clase, esta señorita entró por la puerta como loca, ordenándonos a todos que moviésemos todas las mesas, para ponerlas formando un círculo, para poder vernos todos las caras. Después del revuelo, enchufó su radiocassete (que era el único que decía algo en inglés durante toda la clase) y ordenó silencio. “Sailen plis” así, como suena… Tenía el pelo grisáceo, vestía siempre de traje con falda, y tenía esa sonrisa apagada de los enfermos crónicos. Iba a todas partes en taxi, la jodía. Al poco de empezar la clase, noté que me miraba fijamente mientras yo daba vueltas y vueltas al boli cada vez más rápido. Paró el radio cassete.
“Señorita!!, ese boli!!! AL INFINITO!!!”
Yo la miré perpleja, con cara de ratón, e hice un gesto de asombro que aun podría reproducir. Pasaron 15 segundos eternos… ella insistió: “he dicho AL INFINIIITOOO” La compañera de al lado me dio un codazo y me susurró “tiiraa el booli”.
No lo podía tirar al frente porque tenía compañeros en círculo en toda mi perspectiva, así que cerré los ojos y lo lancé hacia atrás con todas mis fuerzas.
Al abrirlos, la ví sonreir y me relajé. Sonreí yo también.
“Muy bien, seguimos con la clase” le dio al play, y mi compañera de al lado me pasó otro boli.
Ni que decir tiene las risas que pasé en cada una de sus clases, no sé si aprendí, pero si sé, que esa edad además de para aprender, es para divertirse y vivir la vida, para crear recuerdos que te acompañarán muchos años porque aun eres joven, y ella nos dio ese “otro punto de vista” que a muchos de nosotros nos hacía falta. Nos pasamos todo el año lanzando mochilas, bolígrafos y cuadernos al infinito, llegamos a tirar material escolar por las ventanas, aun a riesgo de lastimar a los pobres transeúntes de la calle. Incluso recuerdo que el último año que la tuve, con toda nuestra concentración puesta en la selectividad, llegó unos días antes del examen final enchufó su radio cassete, y le dio al play.
Nuestros ojos se abrieron hasta el infinito, pues de allí no salió la Lesson Ten ni nada parecido, no señores, era la Obertura de Guillermo Tell. Y cada vez que alguien decía algo le tiraba una tiza a la cabeza.
Estuvimos así toda la hora de clase, medio descojonándonos sin poder hablar para no recibir lanzamientos de tiza. A mitad de clase nos ordenó ponernos en pie, y con la puerta abierta y todos los profesores y alumnos asomados al aula por el ruido de la música, pintó el cuadro de una clase de unos 15 alumnos en círculo, de pie, de unos 17 años de media, con nuestras pintas, en absoluto silencio, escuchando nada más y nada menos que música clásica.
El día que fuimos a recoger las notas de selectividad al instituto, allí estaba Mercedes, con dos cajas de bombones lindt de las caras, para recibirnos, y entonces, le pregunté porqué a punto de examinarnos de inglés, perdió una clase para escuchar música y me respondió: “Estábais muy nerviosos, y para un examen hay que estar relajado, además nadie va a aprender en un día lo que no haya aprendido en un curso entero”.
Yo no he vuelto a saber nada de ella, sé que estaba enferma y muchas veces pensé que ella era así, para quedar en nuestro recuerdo. Conmigo lo consiguió, han pasado 8 años y aun me acuerdo perfectamente.

Allá donde estés, te mando un beso desde el infinito.

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